viernes, 29 de mayo de 2009

El esfuerzo japonés
La neurobiología está hoy donde estaba la biología molecular a fines de la primera mitad del siglo XIX, o la física a comienzos de siglo XX, tratando de encontrar las unidades fundamentales que permitan dar el gran salto. Es decir, la neurobiología está hoy en un estadio de investigación básica.

Y la novedad geográfica en este caso es que Japón se ha lanzado a la carrera con un programa extremadamente ambicioso y dispuesto a romper con todos los métodos que habían restringido al sistema académico Japonés durante el ultimo siglo.

El esfuerzo nipón tiene nombre propio, se llama Instituto del Cerebro de Riken y nació con la revolución rusa, en 1917, como un instituto privado y desde mitad de siglo, su financiación es a la vez pública y privada.

Según su presidente, Shun-ichi Kobayashi, la principal característica del instituto es tener un objetivo, una razón, para investigar y para guiar la investigación y sostener permanentemente una tremenda ambición: De la misma manera que un hombre sin aspiraciones en la vida es como un barco a la deriva, un programa de investigación sin grandes objetivos será absorbido por el viento y las olas del rápido progreso de la ciencia.

Sol naciente de la neurobiología

El Instituto se encuentra en Wako, a media hora de tren de Tokio y es, paradójicamente, vecino de una base norteamericana. Un edificio imponente, de estética cruda, levantado en tiempo record, y un gemelo que nacerá pronto son la sede de los laboratorios del Instituto del Cerebro que apareció hace 3 años, en pleno fervor de la neurociencia a sumarse a la carrera.

El Riken, el sol naciente de la neurobiología, nace con un manifiesto que tiene tres puntos centrales, con tres objetivos de vida: entender el cerebro, proteger el cerebro y crear el cerebro.

Para eso crearon el ambiente adecuado, que incluía: asociarse casi inmediatamente con el M.I.T para tirar lazos al mundo, desarrollar un centro de tecnología que trabajase junto a los grupos de investigación para generar tecnologías necesarias para la pesquisa y para absorber las tecnologías producidas en los laboratorios, y crear finalmente un centro de información para manejar la creciente producción de datos que se está generando.

Para cada uno de sus objetivos de vida, entender, proteger y crear el cerebro, el Riken tiene su expectativa de desarrollo para los próximos 5, 10, 15 y 20 años.


La aventura de entender al cerebro
En la aventura de entender el cerebro, los japoneses esperan en cinco años, entre otras cosas, entender los mecanismos de memoria y aprendizaje y descubrir la representación del lenguaje.
En 10 años esperan entender los mecanismos que producen sensaciones, emociones y distintos comportamientos. Entender los ritmos biológicos y la percepción del tiempo y como se codifican las palabras que forman el lenguaje.

Cinco años más tarde el programa pretende haber descifrado los mecanismos de atención y pensamientos y la adquisición del lenguaje. Finalmente, en 20 años (que no son nada) esperan entender los mecanismos de la conciencia, social e individual.

Proteger el cerebro
El proyecto de protección del cerebro también avanza, en las ambiciones del Riken, a pasos agigantados. En 5 años deberían conocerse los genes que participan del desarrollo del cerebro y los mecanismos de las enfermedades psiquiátricas.
En 10 años esperan saber como regular el desarrollo normal del cerebro de un animal, controlar el envejecimiento de neuronas en cultivos y ser capaces de realizar transplantes de tejido nervioso.

En 15 años, los métodos para garantizar un desarrollo normal ya deberían ser incorporados a humanos, el envejecimiento neuronal debería ser controlado en el cerebro de animales y debería haberse desarrollado terapia génica para tratar enfermedades psiquiátricas y neurológicas.

En 20 años, debería controlarse el proceso de envejecimiento en humanos, desarrollar tejido artificial (nervioso y muscular) y solucionar todas las enfermedades psiquiátricas y neurológicas.

Fabricando cerebros

El último rubro, fabricando cerebros, es tal vez el más impresionante. Los cinco primeros años deberían bastar para desarrollar chips que sean capaces de reconocer objetos y sistemas de memoria que repliquen el funcionamiento del cerebro.

En 10 años, deberían haberse desarrollado arquitecturas capaces de pensar (nótese que esto es antes de entender el pensamiento), máquinas que recuerden sin necesidad de que nadie las organice e integrar el pensamiento intuitivo y el razonamiento lógico.

En 15 años, se desarrollarían computadoras equipadas con habilidades intelectuales, emocionales y de deseo. En 20 años, se habrían desarrollado supercomputadoras que estableciesen redes amigables con la sociedad. Es decir, se habría generado una relación simbiótica entre humanos y computadoras. También se habrán desarrollado robots capaces de incorporar la vida (intelectual) humana.

Desafío internacional

Dicen que si los latinoamericanos tuviésemos la metodología de los estadounidenses, la eficiencia de los alemanes y la paciencia de los chinos, entonces, seríamos japoneses. Con tremenda conjunción de atributos, tal vez podríamos imaginar el mundo dentro de veinte años, y nuestra perspectiva de ciencia sería vista en muchos sitios como ciencia ficción.

Si se cumplen los objetivos del Riken, si creemos que su carta de intención prescribirá la historia, en 20 años habremos entendido el cerebro (y la mente), lo habremos hecho inmortal y le habremos creado un soporte rígido alternativo donde pueda expresarse y existir. O más bien, considerando que la primera persona del plural sea tal vez un abuso para referirse a la humanidad, los Japoneses lo habrán hecho.

Si no fuese porque los responsables del proyecto se han metido en un rubro, el de la información y la electrónica, en el que los pilares de la tecnología los levantan por encima del resto, porque los robots de Kawato bailan con exquisita humanidad las danzas folclóricas de Okinawa o el Rock and Roll y fundamentalmente porque los que firman son japoneses, uno no prestaría mucha más atención al panfleto que a un (hoy mal) cuento de ciencia ficción.

No mucha más atención que a la posibilidad de viajar en algo más de una hora al mismo Japón desde un pequeño pueblo del norte argentino, saliendo de la estratosfera como sugiriera por ejemplo un presidente argentino.

Ciertamente, por su historia, los japoneses no son tan confiables en el desarrollo y producción de ciencia como lo son con la tecnología. Pero el panorama que la gente del Riken imagina en 20 años, puede no estar muy lejos e implica cambios que van mucho más allá de los genomas, de Internet y de las clonaciones y que constituyen el mayor asalto posible a la identidad.

Mariano Sigman es investigador en neurociencias de la Universidad Rockefeller de Nueva York. Este artículo fue publicado originalmente en Le Monde Diplomatique y ha dado la vuelta al mundo traducido a varios idiomas. Esta es una versión inédita cedida por el autor a Tendencias Científicas.

No hay comentarios: